18 feb 2009

DEMENCIA

Llegaste a mi casa pasada la medianoche, obviamente yo te esperaba desde hacía mucho antes. Creo que esa vez agoté la reserva de cigarrillos que tenía en el velador.
La espera me estaba matando a golpes de reloj.

Enmudecí al verte cruzar la puerta, prácticamente no me moví. Mis ojos se inundaron con la angustia de saber que esa sería la última vez.
Nunca en mi vida había usado tantos argumentos para retener a alguien conmigo, a pesar de todas las cosas horribles que en mi pecho agonizaban, de lo mal que lo pasé en los momentos previos... me cegué a todas las realidades juntas. Todo era sólo tú.

Fríamente, sentados en el suelo, dijiste que sólo me querrías una vez más y nunca volverías a mí de nuevo. Lo más doloroso erigiste en mi piel, que ha quedado maldita desde entonces.
Y resulta que ahora vienes con la soltura de siempre a preguntarme porqué estoy tan dolida...

-No sabes las ganas que tengo de gritar, de desaparecer tu horrorosa esencia que me hace presa de un dolor interminable.
Llévate mis lágrimas, tu maldito olor a traición ya corrompió mis venas-

La escena más triste que he de recordar la viví a tus pies, rogándote para que no te marcharas de mí. Hoy me arrepiento tanto...

(Me devuelvo al márgen limítrofe de la ignorancia,
al velo sepulcral que divide mi vida en dos
porque lo que ignoramos no nos duele).

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